Una Infancia Feliz:
A pesar de mi condición, tuve una infancia feliz. Mis padres y mi familia siempre me trataron como a un niño "normal". No era completamente consciente de mi situación, lo que me permitió disfrutar plenamente de mi niñez. Recuerdo el día que di mis primeros pasos como si fuera ayer. Tenía cinco años y estaba en casa de mi tía. Me apoyaba alrededor de una mesa pequeña del salón, dando vueltas, cuando de repente me solté y caminé hacia mi tía sin ningún tipo de apoyo. Mis padres, sorprendidos, llamaron al doctor que llevaba mi caso. Al verlo, el doctor exclamó: "No tengo ninguna explicación de por qué este niño puede caminar cuando morfológicamente sus piernas no están preparadas para caminar." Mi madre respondió: "Doctor, nosotros sí tenemos una explicación: es un milagro."
Mis padres, con su fe inquebrantable en Dios, siempre me enseñaron a vivir en el presente y a no preocuparse por el futuro. Este enfoque me permitió enfrentar mi vida con optimismo y determinación. Empecé a tocar la guitarra de mi padre a los seis años, aunque la enfermedad afectaba mis manos y dedos. Fue un gran desafío, pero logré tocar la guitarra, un instrumento que aún toco a la perfección a mis 39 años. La música jugó un papel crucial en la recuperación de mis manos, y además de la guitarra, aprendí a tocar la batería, el piano y a cantar.
En la escuela, fui un niño querido por todos mis amigos y nunca sufrí acoso. El hecho de ser "especial" me convirtió en un imán para socializar, y tuve muchos amigos con los que jugaba al fútbol "a mi manera". Me trataron siempre como a uno más.